martes, 24 de mayo de 2011

Religión y Democracia


¿El Fin de la Historia?

Una invitación al diálogo

Rabino Eliezer Shemtov


El Judaísmo y la Democracia

Empecemos por unas preguntas.

¿Cuán compatibles son los valores de la democracia con los valores revelados de la Torá?  ¿Son los dos sistemas mutuamente complementarios o excluyentes? Sí, puede ser que los suscriptores a cada uno de los sistemas toleren y respeten al suscritor al otro y hasta sean amigos, pero esa no es mi pregunta. Mi pregunta es referente a los sistemas y códigos en sí: ¿son compatibles el uno con el otro? ¿Puede un sistema que pone en el centro la voluntad del hombre ser compatible con uno que gira en torno a la voluntad de D-os?

¿Sería o no conceptualmente coherente “tolerar” conductas de terceros que chocan con el sistema de valores de uno? ¿Es aceptable desde el punto de vista del judaísmo “maximalista” decir: “aunque el judaísmo dice que está prohibido comer cerdo, no me molesta que tú, aunque seas judío, lo hagas”? ¿Hasta qué punto puede un religioso aceptar conductas que niegan los valores de su sistema sin faltarle el respeto a su propio código de valores y honestidad intelectual?

La democracia se basa en la idea de la igualdad, que cada uno puede hacer lo que quiere siempre y cuando no infringe los derechos de los demás. Los derechos de uno terminan donde empiezan los derechos de terceros. La democracia no define lo que uno debería hacer con su vida. La democracia no define “pecados”, sino “crímenes”. No habla del “bien” y el “mal”; sólo de lo que se considera bueno y malo para la sociedad según definido por su propia mayoría. La religión, por su parte, sí pretende definir el bien y el mal y exige que todos respeten esa definición. ¿No implica todo esto que la democracia y la religión son mutuamente excluyentes e irreconciliables? ¿Pueden convivir real y honestamente? ¿Pueden llegar a complementarse mutuamente?

Es importante aclarar que la pregunta tiene dos aristas: una teórica y la otra práctica. En el plano teórico la pregunta es si uno puede suscribirse a los dos sistemas sin contradecirse. En el plano práctico la pregunta es qué se debe hacer frente la incompatibilidad de los dos sistemas cuando chocan. ¿Cuál de los dos debería ceder? En este artículo me quiero referir al plano teórico.

Creo que la postura popular es que los dos sistemas son esencialmente antagónicos e irreconciliables, ya que un sistema se basa en 1) derechos 2) humanos mientras que el otro se basa en 1) obligaciones 2) [de origen] Divinas. Lo mejor que se puede esperar, entonces, sería que haya una tolerancia mutua entre sus respectivos suscriptores. Los demócratas toleran a lo religioso siempre y cuando no “molesta” y los religiosos aprovechan las bendiciones de la democracia, manteniéndose ideológicamente “debajo del radar” para vivir su vida religiosa tranquilamente sin complicar ni complicarse con los sistemas de vida e ideologías que los rodean.

Si bien este tipo de convivencia puede ser sustentable en el tiempo, quiero proponer otra visión tanto de la democracia como del judaísmo que permite ver la posibilidad de que no sólo convivan en tolerancia e indiferencia mutuas, sino que también se potencien y enriquezcan mutuamente para crear una sociedad modelo y así llegar al “Fin de la Historia”, para robarle el término acuñado por Francis Fukuyama[1].

Una Nueva Aproximación

Mi hipótesis se basa principalmente en dos postulados:

1. El judaísmo en su forma más “pura” busca exponer sus verdades y “convencer” en lugar de imponerlas y “vencer”.

2. La democracia debería idealmente buscar definir los derechos humanos en base a los deberes humanos y no viceversa. En vez de decir  “mis derechos terminan donde empiezan los derechos de otro”, decir “mis derechos empiezan donde terminan los del otro”.  La diferencia está en los puntos de partida, mis derechos o mis deberes (definidos frecuentemente por los derechos de terceros). Pensar en la pregunta “¿Qué necesito?” dentro del contexto de “¿Para qué me necesitan a mí?”.

La fundamentación y explicación de la hipótesis se basan en una revisación de los dos componentes básicos que dan lugar al aparente conflicto ideológico entre el judaísmo “maximalista” y la democracia: la verdad absoluta y los derechos absolutos.

La Verdad Absoluta:

Con lo que más está en desacuerdo el demócrata liberal en cuanto a la religión en general es el hecho que predica una verdad absoluta. No lo puede aceptar porque implica que todos deben suscribirse a ella y niega el derecho a la expresión de la individualidad. ¿A quién le gusta que le coarten la expresión de sus deseos y preferencias personales? Yo sé que a mí, no.

Propongo que la idea de la verdad “absoluta” en el judaísmo tiene una connotación completamente diferente; implica una verdad que se expresa por medio de todos y no una verdad que desplaza o aplasta a alguien o a algo. Cuando Albert Einstein buscaba la Teoría del Campo Unificado, no buscaba excluir o negar a algo que quedaba afuera de ese “campo”, sino todo lo contrario: buscaba justamente una teoría que abarcaría y explicaría a todo. En el supuesto caso que hubiese llegado a encontrar esa teoría, ¿no podría llamarse la (¿una?) verdad absoluta? ¿Ofendería o amenazaría a alguien? Simplemente ayudaría a entender el valor especial que tiene cada componente dentro de ese gran todo. Ser parte de un gran todo agrega valor al individuo en vez de sacar o disminuírselo.

Una vez encontrada esa teoría no habría necesidad de imponérsela a nadie; al exponerla adecuadamente, se impondría sola.

El judaísmo se basa en una aproximación similar: el descubrimiento de la armonía esencial y sentido esencial inherente en toda la existencia. Nadie queda afuera en esa visión; todos tienen su lugar especial y único dentro de ella.

Cabe señalar que a diferencia de otras religiones que buscan convertir a todos a su credo, el judaísmo tiene una postura contraria: trata de disuadir al que se postula a la conversión al judaísmo. El motivo es porque desde el punto de vista del judaísmo cada ser humano debe cumplir con su misión de vida particular; el judío debe cumplir con su misión como judío y el no judío deber cumplir con su misión como tal. Lo que el judaísmo sí busca promocionar en cuanto a mensaje universal se refiere es que cada uno viva su vida de una manera que exprese y refleje su característica “Divina” y altruista y no a su naturaleza animal y egocéntrica desenfrenada. Propone lograrlo por medio del código ético denominado las Siete Leyes de los Hijos de Noé.

Derechos Absolutos:

En cuanto a la democracia, creo que esa noble institución ha sido muy abusada y tergiversada. En vez de usarla como instrumento para lograr y defender la libertad responsable, se usa como fundamento ideológico para amparar al libertinaje. En vez de respetar y aprovechar el verdadero potencial y fuerza de la democracia que sale como resultado del mancomunado esfuerzo por parte de todos – cada uno a su manera - para lograr metas de visión y beneficio comunes, se utiliza cada vez más para cultivar un debilitante narcisismo y egocentrismo y para zafar de la responsabilidad social. Si bien la democracia habilita al individuo a expresar su individualidad, no tiene por qué ser a costa o al margen del bien común.

Nelson Mandela expresó este concepto elocuentemente en la Cumbre del Mercosur, (Ushuaia, julio de 1998): Si no hay comida cuando se tiene hambre, si no hay medicamentos cuando se está enfermo, si hay ignorancia y no se respetan los derechos elementales de las personas, la democracia es una cáscara vacía, aunque los ciudadanos voten y tengan parlamento.

O sea, la democracia debería ser una herramienta y no simplemente un fin en sí mismo.

Pues, bien; ¿una herramienta para qué?

Propuesta

Es ahí dónde la Torá da su aporte. La Torá nos enseña que uno debe pensar no sólo en el cómo de su existencia, sino también – o mejor dicho, antes que nada - en el por qué y para qué. También nos fundamenta por qué uno debería hacerlo. La existencia no es un dado; es más bien una “pregunta” que uno debe “contestar” con la manera de llevar adelante su vida. En cada momento uno debe justificar para qué existe y por qué debería existir.

No se puede comparar la calidad de una sociedad en la cual cada uno se levanta de mañana pensando en su propio beneficio que una sociedad en la cual cada uno se levanta cada mañana pensando en sus responsabilidades. Imaginémonos dos sociedades, una en la cual cada uno piensa en “¿qué es lo que yo necesito?” y la otra en la cual cada uno piensa en “¿para qué me necesitan a mí?”. ¿En cuál de las dos preferiría vivir y criar a sus hijos?

He aquí, pues, un ejemplo de la posible sinergia entre ambos sistemas: la Torá nos incentiva a que pensemos en el por qué y para qué de nuestra existencia mientras que la Democracia nos facilita las mejores herramientas para lograr encontrar e implementar la respuesta.

Otro ejemplo de su posible sinergia es en cuanto a la definición de los valores “esencialistas”[2] que no están sujetos al voto mayoritario de una democracia. ¿Cómo se define cuáles son esos valores trascendentes e intocables? Ahí entramos en el terreno de lo superracional; el terreno de la consciencia. En ese terreno la Torá tiene mucho para proponer aun para el demócrata liberal más laico.

Estoy consciente que esta idea de diálogo entre el judaísmo y la democracia liberal puede parecer algo radical en una sociedad que tiene tan “religiosamente” consagrada la separación entre la iglesia y el Estado. No obstante, creo que dicha separación de poderes no tiene porque implicar la separación de influencias que pueda resultar por la exposición de ideas en el diálogo entre ambos en búsqueda de respuestas de interés y beneficio comunes.

La diferencia entre el kaleidoscopio y el mosaico no está en la cantidad de sus colores, sino en el orden y - por lo tanto - significado y valor de cada uno de los mismos. Similarmente, al comparar la fuerza y beneficio de una sociedad democrática en la cual cada uno de sus integrantes baila al son de su propia música y sistema de valores, con los de una sociedad en la cual todos bailan - cada uno a su manera - al son de la música de valores comunes, queda bien clara la diferencia entre el poder de las fuerzas difusas y hasta chocantes entre sí y el de la fuerzas unidas – aun en la diversidad - y concentradas. 

¿Qué opina?

Rabino.Shemtov@Jabad.org.uy
16/5/11


[1] Francis Fukuyama arguyó que la lucha ideológica de la historia humana había prácticamente concluido luego de la caída del Muro de Berlín en 1989, dando la victoria de dicha contienda a la democracia liberal. Predijo el triunfo global eventual del liberalismo político y económico. Fuente: Wikipedia.org
Mi uso del término no tiene nada que ver con lo que Fukuyama dijo al respecto; simplemente me gustó el término y concepto de fin de una histórica lucha ideológica. Fukuyama la define en términos políticos y económicos; yo lo defino en términos ideológicos y filosóficos.

[2] Concepto expresado en declaraciones del politólogo Daniel Buquet al Semanario Búsqueda del 31/3/11(pág. 7) en referencia a la aseveración del ex Presidente de la República Dr. Tabaré Vázquez que “no siempre las mayorías tienen que tener la última palabra en una democracia”.  “(…) hay otro principio,” dice el politólogo, “que consiste en que las mayorías no pueden decidir sobre cosas que son esenciales. (...) En el aborto, por ejemplo, se plantea el principio de la vida, que es esencial, divino”. 

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