martes, 26 de julio de 2011

Una Lección de La Selección


Una Lección de La Selección

Por el rabino Bentzy Shemtov

La alegría era palpable y la unión previsible.

Uruguay es nuevamente campeón de América. Que no ni no.

La selección Uruguaya logró no sólo ganar la Copa América por décima quinta vez, logró no sólo batir el record de más copas adquiridas, sino logró con su juego impecable recordarnos de uno de los valores más apreciados de la Tora: El valor de la unión.

Todos hablan de Muslera, de Suarez, de Cáceres y por supuesto de Forlán, pero eso no es razón para estar orgulloso. Jugadores buenos hay en todos lados. Lo que hizo que la celeste salga triunfadora de la manera que lo hizo fue la unión entre los jugadores. Los titulares no jugaron por su nombre sino por la camiseta. Forlán no jugó para ser el jugador con más goles en la selección Uruguaya, sino jugó para que Uruguay salga campeón. Y lo logró.

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Nos encontramos en el periodo conocido como “Las Tres Semanas”. Estas son las tres semanas de duelo entre el 17 de Tamuz (día que conmemora la penetración de la muralla de Jerusalén durante los sitios de Jerusalén) y el 9 de Av (aniversario de la destrucción de los dos templos de Jerusalén).

El Talmud nos cuenta que la razón principal por la cual el segundo Templo fue destruido fue por el “Odio Gratuito”. La gente se odiaba por ninguna razón; simplemente porque el otro existía y competía con el "espacio" de uno. Las enseñanzas jasídicas nos dicen que el tercer Templo será reconstruido al revertir esta actitud, logrando el “Amor Gratuito”; amando a cada uno sin ninguna razón en particular; simplemente porque está.

Se cuenta de un hombre, padre de 10 hijos, que en su lecho de muerte llamó a todos sus hijos y les pidió que salgan al campo y que cada uno traiga una ramita. Al retornar le pidió al mayor de ellos que ate a las 10 ramas en un paquete. Una vez atadas el padre le pidió al hijo menor que trate de romperlas. No pudo. Le fue pidiendo a cada hijo y ninguno pudo.

“Muy bien”, dijo el padre,” ahora desaten el paquete y que cada uno agarre una rama y trate de romperla”. Sin mucho esfuerzo, los diez palitos fueron quebrados. “Queridos hijos,” entonó el anciano “recuérdense esto para siempre; si ustedes se mantendrán juntos nadie los va a poder quebrar, pero si, D´os nos libre, va a haber discordia entre uds., cualquiera los podrá destruir.

El pueblo judío es una familia. Unidos no hay nada que no podamos lograr. Como lo hizo la Celeste.

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